jueves, 7 de mayo de 2009

Nicaragua, nicaragüita II - El Viaje

EL VIAJE


Era el 26 de Septiembre de 2004, y yo estaba en la sala de espera del Aeropuerto de Manises en Valencia. Me esperaba un largo viaje de 10.000 kilómetros y tres aviones.
El primero me iba a llevar hasta Madrid, y una vez allí embarcar en un Boeing 747 con destino a Miami, para, sin pausa, hacer trasbordo y subir a un airbús hacía el Aeropuerto Augusto C. Sandino de Managua, que es la capital de Nicaragua, adonde me dirigía para montar una unidad de diálisis en la ciudad de Estelí.
Pero en realidad, el viaje había empezado hacía varios meses, cuando nos comunicaron que se iba a hacer una colaboración con el gobierno de Nicaragua, para el montaje de una unidad de diálisis con 6 monitores, una unidad de tratamiento de aguas completa, además del envío de equipo necesario para diálisis ( dializadores, líneas, etc.). Y por supuesto material de recambio para máquinas y tratamiento de aguas.
Ni que decir tiene que al principio la gracia que nos hacía todo lo que suponía ese tinglado, a mi compañero Toni (Antonio Vicente Martínez) y a mí fue, por decirlo de alguna manera suave, “ni puñetera gracia”. De hecho, a punto estuvimos de jugarnos el viaje "a los chinos".

Por supuesto el que perdiera era el que se iba. Pero bueno tampoco llegamos a tanto. Al final decidimos que me iba yo, supongo que porque tenía algo mas de experiencia.
A partir de ese momento fueron semanas y meses frenéticos, seleccionando las máquinas, revisándolas, y preparándolas… No hay que olvidar que todo, a excepción de la descalcificadora de la planta de aguas, era usado, pero si que teníamos claro que todo lo que enviáramos debería de estar en perfectas condiciones. Incluso le dimos a las máquinas una mano de pintura.


Previamente, y durante unos meses, estuvo con nosotros en el Centro de Diálisis de Torrente, la Dra. Gilma Juarez, invitada por Alcer Turia, para aprender (a nivel médico y sanitario) el funcionamiento de una sala de hemodiálisis. De ella hablaremos mas adelante.


Interminables fueron los correos electrónicos, llamadas telefónicas, creación de manuales, elaboración de protocolos de trabajo, de formularios, etc… Fueron cientos de horas las que empleamos ( Toni ya digo que me ayudó muchísimo), porque teníamos claro que todo lo que no lleváramos solucionado y terminado desde Valencia, difícilmente se podría solucionar en Estelí, por la dificultad de encontrar el material adecuado en aquel país falto de tantas cosas.
Por supuesto, como suele ocurrir cuando todo está milimétricamente calculado para que todo funcione sin problemas, fallaría casi todo.
La planta de tratamiento de aguas estaba mas repartido, había una parte con material nuevo, (descalcificador de agua, depòsito de carbón para eliminar el cloro), el resto (las bombas de agua, y sobre todo la ósmosis inversa con su bomba de impulsión) era usado.

Hubo que limpiar a fondo las membranas de ósmosis, tras seleccionar las de mejor calidad de entre las que disponíamos, y prepararlas para el largo viaje, inyectándoles un líquido conservante, para que aguantaran en buen estado hasta su uso varios meses después.


Juan Carlos, gran persona y mejor amigo, era el técnico que hacía los montajes y los mantenimientos en las plantas de agua de nuestros distintos centros de diálisis. Su trabajo para preparar el equipo que enviamos y asesorándome, incluso luego desde allí, fue extraordinario. Fue él quien diseñó la distribución de la planta, quién seleccionó y configuró el descalcificador, quién preparó las bombas de impulsión y quién preparó las membranas de ósmosis.

Fue quién me ayudó a preparar manuales y formularios de funcionamiento de la planta, y una vez allí, cuando la cosa se puso muy negra, en el real sentido de la palabra (por lo que salió de aquellas membranas al ponerlas en marcha) fue él quién me asesoró sobre que hacer, con certeros diagnósticos telefónicos.


La labor diaria en nuestros cinco centros de diálisis no podía parar, había que seguir atendiéndola, y aquí es donde se notó más que nunca la ayuda excepcional que me brindó Toni, cubriéndome y multiplicándose para atender las necesidades de trabajo, cuanto era necesario y yo no podía. Su implicación fue total.


También constantes fueron los correos y algunas llamadas telefónicas con representantes nicaragüenses, sobre todo la ayuda prestada por Gladys Caceres y Merari del INPRHU en Somoto. Fue muy valiosa. Cuando necesitaba ponerme en contacto con alguien del país, se afanaban en buscar y casi siempre lograban encontrar a la persona qué necesitaba, incluso en una ocasión consiguieron ponerme en contacto telefónico con una asesora del Ministro de Salud. Nunca las llegué a conocer personalmente, pero hay que reconocer que el trabajo que hicieron, fue magnífico.


Y a esta altura del relato de cómo se fraguó todo, creo que es un buen momento para presentar a dos personas cruciales sin las cuales, esta gran labor que estoy narrando, no se hubiera llevado a cabo.

Jose Ignacio de Jorge, es el presidente de la ONG Valencianos por Nicaragua. Fue quien lo inició todo, quien se puso en contacto con la gerente de Alcer Turia, Sagrario Valverde, y le hizo ver el bien que se iba a hacer con ese proyecto, cuanta gente sin recursos e incluso niños se iban a salvar de una muerte segura por no poder pagarse una diálisis por estar enfermos del riñón, en un país pobre como aquel.

Sagrario Valverde accedió y Alcer Turia fue el gran valedor de que semejante empresa se llevase a cabo: nada más y nada menos que abrir el primer servicio de hemodiálisis público de toda Nicaragua.

A punto estuvo, en muchas ocasiones, de venirse abajo el proyecto. Las innumerables pegas y problemas que surgían, la mayor parte por dudas y falta de compromisos por parte de las autoridades nicaragüenses, a punto estuvieron de hundirlo todo.

Ahí es donde se notó, sobre todo, la mano de José Ignacio. Soy testigo de la cantidad ingente de correos electrónicos que envió a las autoridades políticas y sanitarias pidiéndoles, y en muchas ocasiones exigiéndoles, colaboración para con aquella donación, que tanto bien iba a hacer a su país. Yo, he leído algunos mensajes de correo que eran auténticas bofetadas escritas. Soy testigo, porque José Ignacio siempre confió en mí, incluso a veces mas que yo mismo, y me desviaba muchos de los mensajes que les enviaba para que yo también estuviera al día de todo cuanto ocurría, ya que al fin y al cabo era yo, solo, quien me iba a desplazar hasta allí, y me consta que eso lo valoraba mucho Jose Ignacio.


La otra persona imprescindible en todo esto es el ingeniero Allan Fuentes, jefe de mantenimiento del Hospital San Juan de Dios de Estelí.

¡Cuantos mensajes, cuantas conversaciones por “Messenger”, y cuantas llamadas telefónicas nos cruzamos, antes, durante y después de mi visita a su país!

El caso es que él, cumpliendo perfectamente las instrucciones que desde aquí le dábamos y algunas que sacó de su experiencia y capacidad, consiguió que cuando yo llegue prácticamente todo estaba montado: la sala preparada, la instalación eléctrica colocada, las tuberías montadas y encajonadas, hasta la planta de tratamiento de aguas, prácticamente estaba instalada. Y luego la valentía que demostró para que con un pequeño curso que yo le diera, de lo que ya hablaremos, supiera sacar adelante máquinas que hasta ese momento no sabía casi ni que existían.


Se que gran parte de lo que digo parece la lista de agradecimientos que se dan al final de una historia, pero no es así. Eso vendrá al final. Lo que realmente estoy describiendo, es el relato muy abreviado de los muchos meses y del mucho trabajo, de mucha gente y mío, que supuso la creación de la citada unidad de hemodiálisis en el Hospital San Juan de Dios de Estelí, para atender a personas sin recursos, en un país en el que la pobreza es un mal endémico.

Poco a poco, por fin se iba cumpliendo el objetivo. Todo el material que íbamos a enviar estaba preparado y luego de embalarlo y contabilizarlo concienzudamente, se metió en un contenedor y se envió al barco que iba a poner rumbo al puerto de Managua, donde llegaría varias semanas después.

Yo aun tardaría seis meses en hacer el mismo viaje, pero en avión.





Juan Carlos preparando la planta de aguas









Un simulacro de montaje









Toni, mi compañero durante muchos años








Uno de los monitores que enviamos, cuando aun dializaba en nuestros centros













Este ovillo es la ósmosis y el desclorador










Todo preparado para el viaje a Nicaragua









El esquema hidráulico de la planta de aguas








La planta de aguas parcialmente montada, ya en el hospital, en primer plano la ósmosis, y parte del material aun embalado









Y aquí estaba yo, esperando en la Terminal del aeropuerto de Manises en Valencia, la salida del vuelo que me iba a llevar a Madrid.

Salió con más de una hora de retraso, pero al fin salió, la cosa ya no pintaba bien.

Una vez en Madrid, nos comunicaron que el avión que nos debía llevar hacia Miami, llevaba mucho retraso, incluso tenía muchas posibilidades de ser suspendido, ya que un huracán amenazaba el estado de La Florida, incluyendo Miami.


El avión debería de haber salido a las 18 horas (hora española, esto es importante) pero sobre las 20,30 nos indicaron que nos iban a llevar a un hotel, porque no se sabía cuando iba a salir el vuelo. Allí nos dieron de cenar, afortunadamente.

Cuando llegue al hotel, yo aproveché para buscar una zapatería y comprar unas zapatillas deportivas. Como en Valencia hacía calor porque era Septiembre, y suponía que iba a un país cálido, pues yo me iba, tan fresco, con unas sandalias, pero no contaba con que en Madrid, hacía un frío que pelaba, y todas esas horas en el aeropuerto me habían dejado los dedos de los pies al punto de congelación. Previsor que es uno.

A las 3,30 de la mañana, por fin, nos volvieron a llevar al aeropuerto, y a las 4,30 despegaba el Boeing 747 de Iberia con destino a Miami.


Yo tuve suerte, ya que me tocó asiento de ventanilla, así es que pude ver algunas luces en el despegue, luego mas luces durante unos minutos, que sería Madrid de noche, y luego y durante muchas horas la negra oscuridad, que supuse que sería el Océano Atlántico.

Entre proyección de películas, gente tosiendo, azafatas ofreciéndote cascos, mantas, y calcetines, personas yendo y viniendo por el pasillo, y otras animaciones, logré entrar en un sopor, o duermevela, que duró varias horas, hasta que sobre las 5 de la mañana, hora del sudeste de EEUU, mas concretamente de La Florida, nos comunicaron que llegábamos a Miami.

¡Que ilusión, que emoción, iba a pisar la tierra de Julio Iglesias, y de Gloria Estefan!, o al menos eso era lo que pensaba. La realidad es que iba a pasar las casi dos horas y media más absurdas, irritantes y denigrantes de toda mi vida.


Nada mas aterrizar, nos hicieron salir a todo el pasaje a un estrecho pasillo con el pasaporte y la declaración de intenciones que previamente habíamos rellenado en el avión, con preguntas tales, como ¿Es usted, o alguien de su familia terrorista, o tiene vínculos con el terrorismo?, ¿Tiene alguna enfermedad infecciosa?, etc.

Yo, aunque tentado estuve de contestar a ambas preguntas que si, al final puse la X en la casilla del no, mas que nada para evitar malentendidos, por si no entendían mi fino sentido del humor.

El caso es que allí estábamos en la cola, que avanzaba muy lentamente. Comprobamos que dicha cola era para pasar a una gran sala que era inmigración, donde había varios puestos con agentes, pero que solo estaban en funcionamiento dos.

Con cada uno de nosotros estaban aproximadamente diez minutos, y preguntaban hasta por el color de los ojos. Yo era de los últimos de la fila, pero igual hubiera dado que estuviera el primero, dado que la tripulación que nos debía de llevar a Managua, estaba allí con nosotros, esperando también, dándonos ánimos, y pidiéndonos paciencia, argumentando que aquello era habitual.

No hay que olvidar que estábamos en el año 2004, post 11S, y había la firme convicción de que todos, sin excepción, éramos sospechosos. Nosotros no íbamos a pisar tierra americana, puesto que íbamos a salir de un avión para meternos en otro, pero daba igual, eran los tiempos de la América de Bush.


Por fin, más de dos horas después de haber aterrizado, me tocó a mí el turno. Tuve suerte, porque como ya habían llegado varios aviones, y las colas se habían hecho kilométricas, milagrosamente se llenaron todos los puestos de agentes y los interrogatorios se relajaron, porque eran mas cortos y la gente pasaba algo más deprisa. Una vez que le entregué la documentación, me preguntó, en un castellano chapurreado, quien era y a donde iba, cuanto tiempo pensaba quedarme, y no recuerdo que mas cosas. Yo le contesté lo que previamente el personal de la compañía de aviación nos habían indicado que contestásemos, así es que me dispuse para la foto, según me indico el agente de inmigración.

Yo intenté hacerlo lo mejor posible, apreté los dedos dentro de los bolsillos, para que ninguno de ellos se disparara hacia el cielo, contuve la lengua mansamente dentro de la boca, y puse la cara mas inocentemente “hasta los huevos” que pude. Debió de salirme bien, porque nunca he tenido noticias de haber estado entre los mas buscados, ni siquiera entre los sospechosos, pero lo que también es cierto es que aquel agente, no tuvo la deferencia de darme una copia de la foto como recuerdo.

Pero bueno, lo importante es que ya estaba fuera.


Cuando salí de aquella sala, me encontré con un laberinto de escaleras, salas y pisos, y a la gente de mi vuelo no la encontraba por ningún sitio. Empecé a dar vueltas como un poseso por toda la Terminal, asustado por si encima perdía el vuelo. Al final me decidí a preguntar, pero no encontraba a nadie que hablara español, (eso de que en Miami todos son latinos y se habla mucho español, yo no me lo termino de creer).

Finalmente hubo alguien que medio me entendió y me pudo explicar como llegar a donde salía mi avión. Llegué y, ya sin más contrariedades, logré embarcar.
















El vuelo hacía Managua duró dos horas y media, pero he de reconocer que a mi se me hizo cortísimo.

En esta ocasión no me tocó ventanilla, pero como el avión no iba muy lleno, me pude acomodar donde quise, y así pude ver, y fotografiar desde una situación privilegiada, la salida de Miami, y sobre todo, Managua desde el aire y la isla de Ometepe dentro del Lago Cocibolca, con sus dos majestuosos volcanes, dándome la bienvenida.

Cuando desembarcamos, pasamos por inmigración y por la aduana. Nos costó aproximadamente una hora y cincuenta minutos menos que en Miami, y al fin, tras recoger las maletas que llegaron sin problemas, pude pisar tierra americana de verdad.

Cuando salí del aeropuerto, eran las 9 de la mañana (hora de Managua).

Me encontré con una temperatura de 30º y una humedad del 90%, pero no se puede decir que yo no estuviera acostumbrado (era mas o menos la misma temperatura y humedad que suele haber en Valencia entre el 15 de julio y el 15 de agosto y entre las 12 del mediodía y las 4 de la tarde).

Ya estaba allí, estaba yo solo, no había nadie esperándome, así es que cogí un taxi y tras acordar el precio, que por cierto creo que se equivocó… a su favor, me llevó al hotel, que previamente y desde España, ya tenía reservado.


Estaba en Nicaragua, y empezaba mi aventura, pero lo que sigue merece ser contado con más calma, y en otra ocasión.

Continuará…


Aquí podéis ver mas fotos (y mejores) de la isla de Ometepe, vale la pena


En esta página podéis hacer un recorrido por todos los volcanes de Nicaragua

5 comentarios:

  1. Hola Jose, aunque conozco toda la historia de tú viaje a Nicaragua, este relato me ha parecido muy interesante

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  2. Que bien hecha esta la crónica.
    realmente muy bien escrita.

    un besito.

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  3. Jose Vicente:

    Y espero que esto ya lo estés convirtiendo en una novela, que será muy estimada. Te lo digo con toda sinceridad. Cuentas con la gran habilidad, para mantenernos leyendo con gran interés hasta el final, además posees un sentido del humor muy fino. ¡Dale!, antes de que disminuya la pasión de lo que viviste, o te enroles en otras cosas que te hagan olvidar ese propósito.
    Te admiro muchó.

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  4. muchó es una admiración más acentuada, jajaja. Disculpa error de dedo, más no de sentimiento.
    Abrazos.

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  5. Sara, es una deuda que tengo pendiente, ya ves que va para dos años que hice esta narración. No hice la continuación por la vana esperanza en un arreglo laboral, que por supuesto no llegó.
    Espero hacerla en un par de entradas más, y espero no tardar mucho. De este año no pasa, jejeje.
    En serio, quiero hacerlo, me lo debo a mi mismo (una parte de mis desgracias empezaron desde aquí). Pronto, de verdad.

    Un fuerte abrazo, y muchas gracias por tus palabras.

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